SER PAZ

En el año 1968, durante la guerra de Vietnam, la hermana Chan Khong estaba haciendo trabajos de reconstrucción en Thao Diên. 

En este pueblo relativamente tranquilo, había patrocinado varios proyectos para ayudar a los agricultores a mejorar los recursos. 

Un día, cuando la hermana Chan Khong llegó al pueblo, se sorprendió de ver que había sido invadido por soldados americanos que llevaban granadas y escopetas. Parecían angustiados y asustados, como si en cualquier momento fueran a empezar a disparar. 

En ese momento, la hermana recordó todos los informes vietnamitas sobre My Lai, donde los soldados americanos habían matado un pueblo entero formado principalmente por mujeres, niños y gente mayor. 

Se percató de que si un solo miembro del pueblo empezaba a gritar o a ponerse nervioso, fomentaría el miedo en los corazones de los soldados americanos y haría que abrieran fuego contra todos, como en My Lai.

La hermana Chan Khong llevó su conciencia a la respiración y se calmó para poder ver qué debía y qué no debía hacer en esa peligrosa situación. Mirando las caras de los soldados americanos, pudo ver lo jóvenes que eran; tenían la misma edad que muchos de sus estudiantes de la universidad. Pudo ver que estaban sobrecogidos por el miedo.

 La hermana Chan Khong se acercó lentamente a uno de los soldados y, con su inglés limitado, preguntó educadamente: "¿Qué estais buscando? ¿Qué puedo hacer para ayudaros?". El joven americano se sorprendió de oír a alguien hablándole inglés. 

Cuando miró a la tímida mujer que tenía delante, se encontró con sus ojos y vio que sinceramente quería ayudar. 

Dijo: "Buscamos a los comunistas de este pueblo". 

Y continuó: "Hace cuatro días una tropa de guerrillas vino al pueblo. Querían matar al jefe del pueblo y quemar su casa. Pero los habitantes suplicaron que no lo hiciera porque sus casas están hecha de hojas de palmera y si quemaban su casa las quemaban todas. 

Pedimos por favor que no mataran a este hombre; es una buena persona. Si lo mataban, en el gobierno de Saigón mandaría otra persona que sería terrible con nosotros".

El joven soldado escuchó a la hermana Chan Khong y llamó al oficial al mando, que preguntó una cosa similar. 

La hermana volvió a explicar que no había comunistas en el pueblo. Media hora después, el destacamento de americanos se había ido. 

El derramamiento de sangre se había evitado y la paz había vuelto gracias a la conciencia y la calma de una joven mujer que supo cómo respirar, cómo mirar profundamente y cómo comunicarse con compasión con los soldados.                                                                                                                                              Thich Nhat Hanh
La paz es un atributo que se encuentra en ti. No puedes hallarla fuera de ti mismo. La enfermedad es una forma de búsqueda externa. La salud es paz interior. La paz te permite mantenerte ecuánime ante cualquier falta de amor procedente de afuera, y te capacita, mediante tu aceptación de los milagros, para corregir las condiciones que resultan de la falta de amor en los demás.
  
La Voz del Espíritu Santo no da órdenes porque es incapaz de ser arrogante. No exige nada porque su deseo no es controlar. No vence porque no ataca. Su Voz es simplemente un recordatorio. Es apremiante únicamente por razón de lo que te recuerda. Le ofrece a tu mente el otro camino, permaneciendo serena aun en medio de cualquier confusión a que puedas dar lugar. La Voz que habla por Dios es siempre serena porque habla de paz. La paz es más poderosa que la guerra porque sana. La guerra es división, no expansión. Nadie gana en la batalla. ¿Qué saca un hombre con ganar el mundo entero si con ello pierde su propia alma? Si le prestas oídos a la voz que no debes, pierdes de vista a tu alma. En realidad no puedes perderla, pero puedes no conocerla. Por lo tanto, te parecerá que la has "perdido" hasta que elijas correctamente. 
                                                                                  
La paz es el mayor enemigo del ego porque, de acuerdo con su interpretación de la realidad, la guerra es la garantía de su propia supervivencia. El ego se hace más fuerte en la lucha. Si crees que hay lucha, reaccionarás con saña porque la idea de peligro se habrá adentrado en tu mente. Dicha idea es un llamamiento al ego. El Espíritu Santo está tan pendiente como el ego de cualquier señal de peligro, oponiéndose a éste con todas Sus fuerzas de la misma forma en que el ego le da la bienvenida. El Espíritu Santo contrarresta esa acogida dándole la bienvenida a la Paz.
                                                                                  
El Espíritu Santo es el maestro perfecto. Se vale únicamente de lo que tu mente ya comprende para enseñarte que tú no lo comprendes. El Espíritu Santo puede tratar con un alumno reacio sin oponerse a su mente porque parte de ella está todavía de parte de Dios. A pesar de los intentos del ego por ocultarla, esa parte es todavía mucho más poderosa que el ego, si bien éste no la reconoce. El Espíritu Santo la reconoce perfectamente porque se trata de Su Propia morada: el lugar de la mente donde Él se siente a gusto. Tú también te sientes a gusto ahí porque es un lugar de paz, y la paz es de Dios. Tú, que formas parte de Dios, no te sientes a gusto, salvo en Su paz. Si la paz es eterna, sólo te puedes sentir a gusto en la eternidad. 
                                                                                  
Los sentimientos de culpabilidad son los que perpetúan el tiempo. Inducen miedo a las represalias o al abandono, garantizando así que el futuro sea igual que el pasado. En esto consiste la continuidad del ego, la cual le proporciona una falsa sensación de seguridad al creer que tú no puedes escaparte de ella. Pero no sólo puedes, sino que tienes que hacerlo. Dios te ofrece a cambio la continuidad de la eternidad. Cuando te decidas a hacer este intercambio, reemplazarás simultáneamente la culpabilidad por la dicha, la crueldad por el amor y el dolor por la paz.
Te sorprendería comprobar los beneficios físicos, mentales y espirituales que pueden derivarse del recogimiento en Dios.
Los santos de la india aconsejan no sólo un día a la semana de retiro, sino que destacan la necesidad de recogerse a diario durante cuatro períodos determinados. Temprano por la mañana, antes de ver a nadie, permanece en calma, disfrutando de la paz. Al mediodía, antes de iniciar tu almuerzo, guarda silencio durante unos minutos, y al atardecer, antes de la cena, dispón de otro período de quietud. Por último antes de acostarse, disfruta del silencio una vez más. Aquellos que se recogen fielmente y guardan silencio durante los cuatro períodos del día mencionados no pueden sino sentirse en armonía con Dios. Quienes se vean imposibilitados para realizar esta práctica cuatro veces al día deberían disponer de un período cada mañana y cada tarde para dedicarlo sólo al Señor. Si lo haces así, tu vida cambiará, serás más feliz.

Paramahansa Yogananda